AMOR Y SUFRIMIENTO
AMOR Y
SUFRIMIENTO
Luego me postré ante YHVH; como la otra vez,
estuve cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber, por todo el pecado
que habíais cometido haciendo mal a los ojos de YHVH hasta irritarle. (DT 9,18).
Pues a ustedes se les ha concedido la gracia
de que por Cristo… no sólo que crean en él, sino también que padezcan por él. ( Flp 1, 29).
Con la alegría de la esperanza; constantes en
la tribulación, perseverantes en la oración. (Rm
12,12).
De modo que,
aun los que sufren según la voluntad de Dios, confíen sus almas al
Creador fiel, haciendo el bien. (I Ped 4,19).
Y conocerle a él, el poder de su resurrección
y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte…(Flp 3,10).
Sin lugar a dudas,
el P. Pío fue un hombre íntimamente unido a Cristo, sobre todo en Getsemaní y
en el camino al calvario, así como en su
Pasión y Muerte mismas. Ésta fue la fuente de la que el P. Pío bebió siempre incesantemente
para no desfallecer de sed en el camino. Un camino que Dios le había preparado
poco a poco para ir recorriéndolo a lo largo de toda su vida, realizando y
llevando a cabo la “gran misión” que Dios mismo le había encomendado, y para la
cual lo había estado preparando desde siempre.
La
vida completa del P. Pío consistió en amar el sufrimiento, porque en él veía a
Jesús y al mundo cargando con la cruz y crucificado con Él. Por lo tanto, no
fue un amor enfermizo ni masoquista, sino un amor que a través del sufrimiento
dio grandes frutos de conversión, alegría, paz y santificación. Un amor total
de expiación un amor que lo abrasaba, constantemente repetía: “Estoy devorado
por el Amor a Dios y el Amor a mis hermanos” Por eso, con frecuencia decía a
sus hermanos e hijos espirituales: “Sí, yo amo la cruz, la cruz sola; la amo
porque la veo siempre en las espaldas de Jesús”.
Pidió la gracia del sufrimiento y,
fue su alimento diario.
Amó el sufrimiento por los
beneficios que aporta.
Para gloria de Dios.
Salvación de los hermanos.
Liberar a las almas del
purgatorio.
Para identificarse con Cristo en
la cruz
“La vida no es otra cosa que una continua
reacción contra uno mismo; y no se abre a la belleza, si no es a precio del
sufrimiento. Manteneos siempre en compañía de Jesús en Getsemaní y él sabrá
confortaros cuando os lleguen las oras de angustia”.
Pareciera como si dada la realidad
de la época actual, nos enfrentáramos con una persona aberrante y masoquista,
centrada en sí misma, que le gustaba sufrir porque sólo así era feliz. Como si
el sufrimiento fuera la fuente de atracción y atención de los demás ¿Quién ha
dicho semejante cosa? El mundo en el que nos desenvolvemos hoy día es fruto de
lo efímero, de lo pasajero, de lo superfluo, de la mentira, del engaño, de
curar el dolor de cabeza con una aspirina, de usar y tirar, de no compromiso de
estar bien ahora, pasarla bien al rato, buscar todo lo habido y por haber para
poder sentirse bien. No importa lo que sea, ni lo que haya que poner o quitar
de por medio, no importa si hay que arriesgar la propia vida, recurriendo a las
drogas, al alcohol, a la prostitución, al engaño, a la mentira, a la
delincuencia, al robo, al atraco… y volvemos al sinsentido. Sólo el sufrimiento
purifica como el fuego. Es verdad que al sufrimiento y al dolor hay que
exterminarlo porque son un mal, pero el P. Pío nos enseña que esto es posible
sólo y únicamente con amor. Porque “donde hay amor está Dios y donde está Dios,
no falta nada”.
Sin lugar a dudas nos encontramos
ante uno de los grandes misterios que vivió el P. Pío, (el dolor y el
sufrimiento) pero sobre todo nos encontramos con él como uno de los más
excelsos dones que Dios ha dado a la humanidad. Sí el P. Pío vivió y
experimentó el sufrimiento adherido plenamente a la vida de Nuestro salvador,
principalmente en su Pasión. Por eso, el P. Pío se entregó como víctima
expiatoria. Al P. Pío lo podemos nombrar El
Hombre expiatorio de todos los tiempos. Porque la expiación, el dolor fue
para él “Mi alimento diario, mi ¡delicia!”
Actualmente
casi todas las personas tenemos olvidada esta dimensión de la expiación, nos consideramos tan buenos,
tan rectos o tan super-hombres que no somos capaces de voltear a ver la inmundicia
en la que estamos sumergidos. Somos incapaces de ser solidarios con el otro,
compartiendo lo poco que tenemos, pero sobre todo, tristemente somos incapaces
de ofrecer al otro una palabra de aliento, de esperanza, de alegría, de fe.
¡Una sonrisa! En una palabra somos incapaces de dar caridad, pero peor aún,
somos incapaces de recibirla y compartirla. ¡Cuánta gente en nuestro mundo
necesita de que alguien le ayude a expiar sus culpas! ¡Cuánta falta nos hacen
grandes hombres como el P. Pío, capaces de salir de sí mismos y poder ofrecerse
no por él, sino por sus hermanos. ¿No es esta una dimensión de aquella aventura
que un día naciera en el corazón del pobrecillo de Asís? ¿No es éste el
auténtico sentido de nuestra vida de cristianos? El sufrimiento es el precio
que hay que pagar por lo que se hace y por lo que se vive, pero también es el
precio que hay que pagar por el otro. Sin olvidar nunca que ese otro vale más
que el oro acrisolado porque fue comprado “a precio de la sangre del Cordero
inmaculado, sin mancha ni arruga”. Por eso, el P. Pío se ofreció por todos. Así
lo podemos constatar en sus propias palabras: “Jesús mío, salva a todos, yo me
ofrezco como víctima por todos; dame fuerzas, toma este corazón, llénalo de tu
amor y después mándame lo que quieras”
Por lo tanto, podemos constatar que
la vida del Padre Pío estuvo marcada por el sufrimiento. Más aún, aunque nos
resulte incomprensible, el P. Pío amó el sufrimiento, lo deseó sobre todo para
identificarse con Cristo. El P. Pío sufría verdaderamente, físicamente, pero
más que los dolores físicos fueron los sufrimientos morales o espirituales:
noche oscura del alma, aridez, incomprensiones, calumnias, represalias,
prohibiciones, ¡cuánto le dolía cuando le impedían celebrar la misa en público!
¡Cuánto sufría cuando le impedían confesar! ¡Qué dolor tan grande no poder
atender espiritual y a veces ni epistolarmente a sus hijos e hijas
espirituales! ante todo ¡cuánto sufrió con las llagas que siempre le causaban grandes dolores, afrentas,
vergüenzas, turbaciones, sobre todo cuando tenía que asistir al médico para que
las examinase. El mismo Padre Pío nos hablará de esta noche de dolor y
sufrimiento en un escrito de fecha 11 de septiembre de 1916, a los pocos días de
su llegada a San Giovanni Rotondo: “La noche se va haciendo siempre más honda,
la tempestad siempre más áspera y la lucha siempre más impelente. Todo amenaza
sumergir a la pobre barca de mi espíritu. Ningún consuelo baja a mi alma. Me he vuelto
completamente ciego. Sólo veo con claridad mi nada por un lado y por el otro la
bondad y la grandeza de Dios” Pero sobre todo cuando tuvo que aceptar todas las
prescripciones de parte de la
Santa Sede y de la
Orden para su certificación y autenticidad. El P. Pío fue
como un reo al que todos tenían que juzgar, como un títere al que todos tenían
que manejar a su antojo. Sin embargo, el P. Pío tenía bien claro que “No se
alcanza la salvación si no es
atravesando el borrascoso mar que nos amenaza siempre con destruirnos.
El Calvario es el monte de los santos, pero de allí se pasa a otro monte, que
se llama Tabor”. Podemos decir que ésta era la única y la gran esperanza que
mantenía al P. Pío fiel y firme para continuar con su gran misión en la tierra.
El P. Pío era un misterio para sí mismo. Había muchas ocasiones en las que ni
él mismo se entendía, como tampoco podía entender la gran misión que Dios le
tenía reservada. Él mismo lo va a expresar de la siguiente manera: “¡Qué caos
en el fondo de mi corazón! ¡Qué misterio soy yo a mí mismo! En estos días, una
vez descendió mi alma al infierno. Otra vez el Señor me expuso a los furores de
Satanás. Este apóstata infame quiere arrancarme del corazón lo más sagrado: la Fe. Me asalta de día y me
amarga las noches. A causa de las luchas, las fuerzas físicas y psíquicas se
están debilitando cada vez más…”. Sin embargo, aquí no termina tan tremendo sufrimiento,
no hay duda, el P. Pío está siendo más, mucho más purificado que el oro en el
crisol. Tiene que quedar como una bella imagen de mármol esculpida con absoluto
lujo de detalles porque es como un tesoro precioso a los ojos de Dios. En
definitiva tiene que quedar “Cristificado”. Debido a esto, el P. Pío suplicaba,
rogaba imploraba la misericordia de Dios con las siguientes palabras que nos va
a mostrar el escrito de fecha 4 de junio de 1918, como un nuevo Job grita sus
torturas y clama piedad: “¡Ya no aguanto más!... Mi alma está colmada de una
extrema turbación… La mano del Señor se agravó sobre mí. El Señor está
mostrando todo su poder para castigarme y, como a hoja arrebatada por el
viento, Él me rechaza y me persigue… ¡No aguanto más!... Me siento aplastado
bajo el peso de su justicia. Las lágrimas son mi pan cotidiano. Me agito, lo
busco, pero no lo encuentro sino bajo el furor de su justicia… Como Jesús en la
cruz, triturado bajo la pesada mano de la justicia de Dios, grito: ‘¡Dios mío,
Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?’. Fuera de este abandono lo ignoro todo,
hasta la vida que ignoro vivir”. Ante todo lo anterior a lo único que podemos
apelar es a la gran disponibilidad que el P. Pío tenía para hacer la voluntad
de Dios. Quizá muchos se puedan preguntar: ¿Gracia? Sin lugar a dudas, pero
sobre todo disponibilidad incondicional al proyecto que Dios tenía para Él.
Dios no hubiese podido hacer su obra, si el P. Pío no le hubiese dejado. Por lo
tanto “Ama el sufrimiento, que, además de ser la obra de la sabiduría divina,
nos revela con mayor claridad aún la obra de su amor”
PARA REVISAR
NUESTRA VIDA
- ¿Acepto cada día en mi vida los sufrimientos diarios con amor y dignidad?
- ¿Le doy al sufrimiento el valor redentor y salvador que tiene?
- ¿Soy conciente de expiar los propios y los pecados ajenos?
- Con Jesucristo ¿Estoy dispuesto a ofrecerme como víctima por la salvación de la humanidad?
- ¿Qué lugar ocupa el sufrimiento en mi vida?
- El sufrimiento ¿lo veo como un don, una gracia o como un castigo?
- ¿Estoy dispuesto a cargar con alegría la cruz de cada día?.
PARA ORAR:
Oh Jesús,
Destruye en mí todo lo que no sea de tu agrado
Y escribe tus dolores en mi corazón
Con el fuego de tu caridad.
Apriétame fuertemente junto a ti,
Suave y eternamente,
Para que nunca te abandone en tus dolores.
Que yo pueda reposar sobre tu corazón
En los sufrimientos de la vida
Para conseguir, de este modo mi recuperación.
Que mi espíritu no tenga otro deseo
Que vivir a tu lado en el Huerto
Y saciarme de las penas de tu corazón.
Que mi alma se llene de tu sangre
Y se alimente contigo
Con el pan de tus sufrimientos.
Amén.
San Pío
Reza Tres Padres
Nuestros, tres Aves Marías y Gloria al Padre…
ORACIÓN
FINAL:
Oh Dios
que a san Pío de Pietrelcina
Sacerdote
Capuchino
le has
concedido el insigne privilegio
de
participar de modo admirable
en la
pasión de tu Hijo,
concédenos
por su intercesión,
identificarnos
en la muerte de Cristo
para
participar de su resurrección.
Por
Jesucristo Nuestro Señor. Amén
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