Obediencia y Devoción a la Sede Apostólica


12 de septiembre

Santidad, aprovecho Vuestro encuentro con los padres Capitulares para unirme espiritualmente a mis hermanos y depositar humildemente a Vuestros pies mi obsequio afectuoso y mi total devoción a Su Augusta Persona, en un acto de fe, amor y obediencia a la dignidad de aquel a quien representáis en la tierra. La Orden de los Capuchinos ha estado siempre en primera línea en el amor, la fidelidad, la obediencia y la devoción a la Sede Apostólica; pido al Señor que permanezca siempre así y que continúe en su tradición de seriedad y austeridad religiosa, pobreza evangélica, observancia fiel de la regla y de las constituciones, aún cuando tenga que renovarse en la vitalidad y en el espíritu interior, siguiendo las directrices del concilio Vaticano II, para estar cada vez más dispuestos a remediar las necesidades de la madre Iglesia, secundando las indicaciones de Vuestra Santidad.

Sé que Vuestro corazón sufre mucho en estos días por la suerte que corre la Iglesia, por la paz del mundo, por las muchas necesidades de las naciones; pero, sobre todo, por la falta de obediencia de algunos, incluso católicos, a las altas enseñanzas que Vos, asistido por el Espíritu Santo, nos dais en nombre de Dios.

Os ofrezco mi oración y mi sufrimiento de cada día, como sencillo pero sincero recuerdo del último de Vuestros hijos, a fin de que el Señor Os conforte con su gracia, para continuar el recto y fatigoso camino, en la defensa de la verdad eterna, que nunca cambia con el mudar de los tiempos.

Os agradezco, también en nombre de mis hijos espirituales y de los «Grupos de oración» la palabra clara y definitiva que habéis dicho, especialmente en la última encíclica Humanae Vitae; y reafirmo mi fe y mi obediencia incondicional a Vuestras iluminadas orientaciones.

Quiera el Señor conceder el triunfo a la verdad, la paz a su Iglesia, la tranquilidad a las naciones de la tierra, salud y prosperidad a Vuestra Santidad, para que, disipadas estas nubes pasajeras, el reino de Dios triunfe en todos los corazones, gracias a Vuestra acción apostólica de supremo Pastor de toda la cristiandad.

 (12 de septiembre de 1968, al Papa Pablo VI – Ep. IV, p. 12)

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