¡Era la voz del Padre Bondadoso!
15 de septiembre
Una voz triste pero dulcísima sonaba en mi pobre corazón; era el aviso del padre amoroso que dibujaba en la mente de su hijo los peligros que habría de encontrar en la lucha de la vida; era la voz del padre bondadoso que quería el corazón del hijo alejado de aquellos amores infantiles inocentes; era la voz del padre amoroso que susurraba a los oídos y al corazón del hijo que se apartara del todo de la arcilla, del fango, y que celosamente le pedía que se consagrara totalmente a él.
Apasionadamente, con suspiros amorosos, con gemidos inenarrables, con palabras dulces y suaves, lo llamaba a sí, quería hacerlo todo suyo.
Más aún, casi celoso del hijo, permitía con frecuencia que la criatura, hija de la tierra y del fango, diera coces y lanzara golpes inmerecidos al hijo que él amaba con tanta ternura y afecto; y que éste comprendiera hasta qué punto había sido falaz y engañoso el amor que, inocente e infantilmente, daba a las criaturas…
Entonces yo, el hijo ingrato, lo comprendía todo y contemplaba claramente el cuadro terrible y espantoso que él, en su infinita misericordia, me presentaba; cuadro en verdad desalentador, que habría hecho temblar y asustarse a las almas más probadas.
Al percibir aquellas inmundicias, aquellas miserias, yo invocaba enseguida los santísimos nombres de Jesús y de María, llamando con angustia al buen padre para que viniera en mi ayuda. Y he ahí que enseguida, en respuesta a mi llamada, él se me presentaba; y, viendo que yo me esforzaba por alejar de mí aquel funesto cuadro, parecía que sonriera, parecía que me invitara a otra vida, me hacía comprender que el puerto seguro, el refugio de paz para mí era el ejército de la milicia eclesiástica.
(Noviembre de 1922, a las hermanas Campanile – Ep. III, p. 1005)
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