ÚLTIMO DÍA DE LA NOVENA EN HONOR A SAN FRANCISCO DE ASÍS
FRANCISCO REFLEJO DE LA HUMILDAD EVANGÉLICA
TEXTO BÍBLICO PARA REFLEXIONAR
«Aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón» (Mt 11,191.)
Oración
ante el Cristo de San Damián
Sumo y glorioso Dios
Sumo y glorioso Dios,
ilumina las tinieblas
de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta,
sentido y conocimiento.
Señor, para que cumpla
tu santo y veraz mandamiento.
Toda reflexión sobre la
humildad tiene que, subrayar, su especificidad cristiana, que hunde sus raíces
en la persona de Jesús, misterio y manifestación plena de la revelación de
Dios: su “Amor”. Por el mismo camino
cristológico del amor procede Francisco de Asís: la humildad es hermana de la
pobreza (SV 2) y las dos juntas se convierten en regla de vida para sus
hermanos (R 10,.1 bull 9 1; Reg. bull. 6, 29). En la espiritualidad franciscana
la humildad aparecerá como la raíz de la perfección evangélica: sólo se la
encuentra en la fe en Cristo, trascendiendo las capacidades naturales del
hombre (Buenaventura, De pefectione evangelica, y solutio). Es precisamente
esta altísima virtud la que envolvió a Francisco desde aquél momento que se
encontró con el “Amor de su Vida” “Amor que plenifica”. La humildad y la sencillez
se convertirán en el estandarte ondeará Francisco durante toda su vida.
La humildad es una actitud
general del espíritu, que mueve a la obediencia a la voluntad del Padre y al
servicio al prójimo. Son esto los rasgos entre otros muchos que hemos venido
descubriendo del Seráfico Padre. No se cansará de repetir siempre: Sólo una
cosa es necesaria: “Poseer el Espíritu del Señor y su santa operación”. Sólo a
través de esta posesión y actuación del Espíritu Francisco podrá obedecer
siempre hasta el último de los novicios que acaba de ingresar en la Orden. Esta
obediencia a la Voluntad del Padre le lleva evidentemente a servir al Prójimo y
lo que antes le parece amargo para el cuerpo, se convierte en dulzura del alma,
y se va a servir a los pobres de entre los más pobres: A los Leprosos, a los
marginados, a los “malditos de Dios”. Francisco se hace uno de ellos por amor
al Evangelio.
Con Francisco de Asís
podemos decir entonces que Dios «es humildad" (Alabanzas del Dios Altísimo,
4). La actitud humilde de Cristo manifiesta en la historia que la humildad está
en el centro de la vida divina: es la percepción inmediata de su amor ( 1 Jn
4,8.16). ¿Acaso la kénosis del Hijo no remite a un misterio kenótico que se ha
de situar en el centro de la Trinidad? Claro que sí! “Cristo a pesar de su
condición Divina no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se
anonado a sí mismo y tomó la condición de esclavo, pasando como uno de tantos”.
(Fil 2,6-7). Ésta es la verdadera humildad, vaciarse de sí mismo para llenarse
de Dios y de las necesidades de las personas.
En el A. T. tenemos la persona más humilde que hay sobre la tierra, según
la Biblia es Moisés. Él fue el hombre más humilde que había sobre la tierra, y
al mismo tiempo, afirma que nadie trataba con Dios como él. Aquí nos
encontramos con dos aspectos muy importantes que van muy unidos y que Francisco
vivió de manera radical: humildad y encuentro con Dios. Nadie trata con Dios,
como Moisés, porque Dios habla con Moisés cara a cara, en la carpa del encuentro.
Y al mismo tiempo él era la persona más humilde que había sobre la tierra. Aquí
se ve bien claro que lo que genera la verdadera humildad es el
encuentro con Dios. Francisco de alguna manera sigue a Cristo pobre humilde y
crucificado, pero además habla con Él, se deja ver por Él, por eso francisco se
transfigura, se “Cristifica”.
Mientras más encuentro con el Señor tengamos, auténtico encuentro con el
Señor, de diálogo de amistad, de escucha, de contemplación al estilo de Moisés,
más humildad llega a nosotros. Más capacidad de reconocernos tal cual somos.
Tal cual somos, ni más ni menos. Esta fue precisamente la gran riqueza de San
Francisco: “Lo que uno es ante Dios eso es y nada más”. ¡Qué claro lo tenía!
El resultado de ese encuentro entre el Dios de Abrahám, de Isaac, y de
Jacob, como le dice Dios en la revelación que tiene a Moisés en la zarza
ardiendo es un Moisés al que le resplandece el rostro. A tal grado es el
resplandor del rostro en Moisés, que los compatriotas suyos, los paisanos suyos
se sienten como encandilados por la mirada de Moisés. Y Moisés tiene que
ponerse un velo cada vez que sale del encuentro con Dios.
En la pesca milagrosa encontramos un acontecimiento similar a éste, que
resulta del encuentro entre Dios y la condición humana. Simón está siendo
invitado a asumir la condición de líder de la barca de Jesús. Sobre su propia
barca recibe la visita del Señor y tiene un acontecimiento increíble. Él ha
intentado pescar toda la noche junto a sus compañeros de pesca. No consiguen
nada y por indicación de Jesús se mete mar adentro, obedeciendo en la fe, y
pesca como nunca había pescado antes. Tantos peces habían sacado que tienen que
llamar a los compañeros de la otra barca para que le ayuden a llevar la
cantidad de peces que han sacado.
¿Cuál es la reacción de Pedro? “Apártate de mí Señor, porque soy un
pecador.” Es decir, la manifestación de la grandeza de Dios, genera en Simón el
reconocimiento de quien es: yo soy un pecador. Pero rápidamente Jesús supera lo
que, podría haber sido el riesgo de apartarse de Simón, y lo abraza desde el
lugar donde Simón tiene más posibilidades de descubrir lo que es su próxima misión,
o su nueva misión: desde ahora te haré pescador de hombres.
El Poverello de Asís descubrió claramente esto y se dio cuenta que la
“empresa” que se le encomendaba no era obra suya ni sería el fruto de su
trabajo, de su cansancio, de su esfuerzo y desvelo, sino que sería gracia de
Dios y así tendría que aceptarlo y vivirlo. Esto era necesario para que
permaneciera fiel a lo que Dios le había confiado. Por esto Francisco a pesar
de todo fue el hombre más feliz sobre la faz de la tierra, porque la alegría
que vertía venía de su Señor con el cual se encontraba de manera permanete.
Por lo tanto, la humildad es fruto del encuentro. El encuentro nos
ubica. Y el resultado es el resplandor y la alegría. La verdadera alegría brota
de la verdadera humildad.
EN ESTA ÚLTIMA MEDITACIÓN DEJO ABIERTA LA POSIBILIDAD DE LA REFLEXIÓN Y
REVISIÓN DE VIDA.
Para Orar:
Saludo a las virtudes
¡Salve, reina sabiduría,
el Señor te salve con tu hermana
la santa pura simplicidad!
¡Señora santa pobreza,
el Señor te salve con tu hermana
la santa humildad!
¡Señora santa caridad,
el Señor te salve con tu hermana
la santa obediencia!
¡Santísimas virtudes, a todas os salve el Señor,
de quien venís y procedéis!
No hay absolutamente nadie en el mundo entero
que pueda poseer una de vosotras si antes no muere
a sí mismo.
Quien posee una y no ofende a las otras,
las posee todas.
Y quien ofende a una, ninguna posee
y a todas ofende.
Y cada una confunde a los vicios y pecados.
La santa sabiduría confunde a Satanás
y a toda su malicia.
La pura santa simplicidad confunde
a toda la sabiduría de este mundo
y a la sabiduría del cuerpo.
La santa pobreza
confunde a la codicia y la avaricia
y a las preocupaciones de este mundo.
La santa humildad confunde a la soberbia
y a todos los hombres del mundo,
y a todo lo que hay en el mundo.
La santa caridad
confunde a todas las tentaciones
diabólicas y carnales y a todos los temores camales.
La santa obediencia
confunde a todos los propios
quereres corporales y carnales;
y mantiene mortificado
su cuerpo para obedecer al espíritu y para obedecer a su
hermano, y está sujeto y sometido a todos los hombres
que hay en el mundo;
y no sólo a los hombres, sino
también a todas las bestias y fieras, para que, en cuanto
les sea dado de lo alto por el Señor, puedan
hacer de él lo que quiera
el Señor te salve con tu hermana
la santa pura simplicidad!
¡Señora santa pobreza,
el Señor te salve con tu hermana
la santa humildad!
¡Señora santa caridad,
el Señor te salve con tu hermana
la santa obediencia!
¡Santísimas virtudes, a todas os salve el Señor,
de quien venís y procedéis!
No hay absolutamente nadie en el mundo entero
que pueda poseer una de vosotras si antes no muere
a sí mismo.
Quien posee una y no ofende a las otras,
las posee todas.
Y quien ofende a una, ninguna posee
y a todas ofende.
Y cada una confunde a los vicios y pecados.
La santa sabiduría confunde a Satanás
y a toda su malicia.
La pura santa simplicidad confunde
a toda la sabiduría de este mundo
y a la sabiduría del cuerpo.
La santa pobreza
confunde a la codicia y la avaricia
y a las preocupaciones de este mundo.
La santa humildad confunde a la soberbia
y a todos los hombres del mundo,
y a todo lo que hay en el mundo.
La santa caridad
confunde a todas las tentaciones
diabólicas y carnales y a todos los temores camales.
La santa obediencia
confunde a todos los propios
quereres corporales y carnales;
y mantiene mortificado
su cuerpo para obedecer al espíritu y para obedecer a su
hermano, y está sujeto y sometido a todos los hombres
que hay en el mundo;
y no sólo a los hombres, sino
también a todas las bestias y fieras, para que, en cuanto
les sea dado de lo alto por el Señor, puedan
hacer de él lo que quiera
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