¡Ay de mí!, ¡mi corazón está hecho para amar!




4 de marzo

Escuche, padre mío, los justos lamentos de nuestro dulcísimo Jesús: «¡Con cuánta ingratitud es pagado mi amor por los hombres! Sería menos ofendido por ellos si los hubiera amado menos. Mi Padre no quiere soportarlos más. Yo quisiera dejar de amarlos pero… (y aquí Jesús guarda silencio y suspira; y después continúa) pero, ¡ay de mí!, ¡mi corazón está hecho para amar! Los hombres ruines y perezosos no hacen ningún esfuerzo por vencer las tentaciones; o, lo que es más grave, se deleitan en sus iniquidades. Las almas más predilectas para mí, puestas en la prueba, me fallan; los débiles se dejan llevar por el desánimo y la desesperación; los fuertes se van relajando poco a poco.

Me dejan en las iglesias solo de noche, solo de día. Ya no se preocupan del sacramento del altar; no se habla nunca de este sacramento de amor; e incluso aquellos que hablan de esto, ¡ay de mí!, con qué indiferencia, con qué frialdad lo hacen.

Mi corazón es olvidado; nadie se preocupa ya de mi amor; yo estoy siempre afligido. Mi casa se ha convertido para muchos en un lugar de diversión; también para mis ministros, que yo siempre he mirado con predilección, que he amado como a  la pupila de mis ojos; ellos deberían confortar mi corazón lleno de amarguras; ellos deberían ayudarme en la redención de las almas. En cambio, ¿quién lo creería?, de ellos debo recibir ingratitudes y olvidos. Veo, hijo mío, a muchos de éstos que… (aquí se calló, los sollozos le cortaron la voz, lloró en secreto) que, bajo hipócritas apariencias, me traicionan con comuniones sacrílegas, despreciando las luces y las fuerzas que continuamente les regalo…».

Jesús continuó todavía lamentándose. Padre mío, ¡cómo me hace sufrir ver llorar a Jesús! ¿Lo ha experimentado también usted?

«Hijo mío - continuó Jesús -, tengo necesidad de víctimas para calmar la ira justa y divina de mi Padre; renuévame la ofrenda de todo tu ser, y hazlo sin reservarte nada».

El sacrificio de mi vida, padre mío, se lo he renovado; y, si siento en mí algún sentimiento de tristeza, éste tiene lugar al contemplar al Dios de los dolores.

Si le es posible, trate de encontrar almas que se ofrezcan al Señor en calidad de víctimas por los pecadores. Jesús le ayudará.

(12 de marzo de 1913, al P. Agustín de San Marcos in Lamis – Ep. I, p. 341)

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