El enemigo quiere meter siempre su cola, para arruinar todo.
7 de marzo
Es verdad que todo está consagrado a Jesús y que todo lo intento sufrir por él. Pero no logro convencerme de esto. De hecho me veo privado de esa luz; y esto es suficiente para que me llene de miedo y de terror y crea que estoy bajo los rigores de la divina justicia. Y, a mi modo de ver, lo que más me confirma en esta verdad es el ver que Dios cada día es más excelso a los ojos de mi espíritu, el verlo cada día más lejano, y el ver incluso que este Dios se va rodeando más y más de densas nubes.
Mi espíritu está siempre fijo en este objeto, que nunca se aparta de mi mente; y, cuanto más fijo en él mi mirada, más me doy cuenta de que se va escondiendo en esta nube, que es semejante a esos vapores que se levantan del suelo mojado cuando sale el sol.
Por otra parte, el Padre celestial no cesa de hacerme partícipe de los dolores de su unigénito Hijo, también físicamente. Estos dolores son tan agudos que no es posible ni describirlos ni imaginarlos. Además, no sé si es falta de fortaleza o si hay culpa en ello cuando, puesto en esta situación, sin querer, lloro como un niño.
Es para mí una prueba durísima no saber si, en eso que hago, agrado a Dios o le ofendo. Muchas aseveraciones me han sido dadas en relación a esto; pero, ¡qué quiere!, no se tiene ojos para ver. Y, además, el enemigo quiere meter siempre su cola, para arruinar todo. Va insinuando que tales aseveraciones no abarcan todas mis acciones y mucho menos que son para siempre.
(6 de marzo de 1917, al P. Benedicto de San Marcos in Lamis – Ep. I, p. 872)
Comentarios
Publicar un comentario