Tengo Sed
Paz y Bien
Queridos lectores estamos en la recta final de la cuaresma, ya no tendremos otra semana para profundizar en ella, ya no tendremos otro domingo para reflexionar en los misterios de nuestra redención desde la perspectiva cuaresmal. Espero que hayamos pasado un tiempo con Jesús camino de Jerusalén y que hayamos sido capaces de encontrarnos en este camino con Él y con los hermanos y demás seguidores de Jesús. Hoy reflexionemos sobre la frase que nuestro Señor dirige estando pendiente de la cruz. El evangelio nos narra siete palabras de Jesús estando en la cruz y la que ocupa el quinto lugar es la siguiente:
"Tengo sed" (Jn 19, 28)
Trae a tu memoria la imagen de Jesús crucificado, pendiente de la cruz y con el alma y el cuerpo deshidratados. Fija tu mente en la escena cruel en la cual Él con sus labios purísimos está saboreando la amargura y acidez del vinagre que para su sed le ofrecen sus verdugos. Éste es quizá uno de los gritos más espeluznantes de Cristo en la cruz: ¡“Tengo sed”! Se trata de uno de los gritos más doloridos por la ardentísima sed que Jesús padecía, ya que desde la noche anterior no había bebido ni gota de agua. Es su angustia para calmar la sed que producía el suplicio cruento, del martirio que estaba soportando. Era sin duda, una sed corporal la que en aquel momento le aquejaba, pero también, una sed espiritual de ansias por la instauración del Reino de su Padre aquí en la tierra. La agonía y el sudor del huerto, la mala noche pasada, los caminos que aquel día había hecho a unas partes y otras, los dolores gravísimos de estar colgado en la cruz y el haber derramado tanta sangre en ella, todas estas eran causas de tener secas las entrañas, consumida la virtud y la lengua pegada al paladar, como de Él estaba escrito en el Salmo 22. Jesús dice: “Tengo sed”, como si estuviera entre amigos que le quisieran bien, que le dieran un refrigerio para calmar su sed hiriente. La sed provoca un ansia insospechable en el ajusticiado, más cuando las fuerzas comienzan a flaquear, el aire parece que está ausente, las extremidades están exhaustas y la vista se nubla. Con ser la sed que sufría el Salvador tan grande, la sufrió y disimuló Jesús hasta que estaba para expirar, y entonces la declaró para que supiéramos un poco de sus sufrimientos. La sed le agobiaba cada vez más y, por si fuera poco, la respiración se hace cada vez más lenta y el reo no soporta la sequedad que tiene en su garganta y en su boca. ¡Oh Piedra viva y Pedernal del fuego amoroso! Pues estás herido por amor con la vara de la cruz, brota, brota, como la piedra que hirió Moisés, alguna fuente de agua con que puedas refrescarte tu afligida y seca lengua.
San Juan conoce el libro de los Salmos, donde encuentra la sed del justo paciente al que dan vinagre para calmar su ansia (Sal 69, 22) y a otro pasaje donde observa la sequedad del paladar del justo y la lengua pegada a la garganta (Sal 22, 16). Aunque este pasaje menciona la sed, no tiene contacto de vocabulario con el pasaje joánico (Jn 19, 28-29).
Es cierto que los evangelistas sinópticos también describen cómo los soldados le ofrecían a Jesús, beber vinagre en una esponja sujetada a una caña (Mt 27, 48; Mc 15, 36; Lc 23, 36), pero no mencionan la palabra de Jesús: "tengo sed", sino solamente San Juan es el que especifica y llama la atención sobre los demás. Sobre todo, porque San Juan fundamenta el recurso al Antiguo Testamento para proclamar que en Cristo se han cumplido las antiguas promesas mesiánicas, con lo que acentuaba el sentido interpretativo de la Antigua Alianza, que es Cristo, para hacer comprensible su misterio como palabra divina.
Así nos conectamos a otro tipo de sed: la sed espiritual. Jesús viendo como estaban ya cumplidas todas las cosas a realizar y todo lo que de Él habían dicho y anunciado los profetas, solamente le faltaba beber el vinagre. Aquí descubrimos tres virtudes del Señor: 1ª. Sed insaciable de obedecer, con la cual deseó cumplir la voluntad de Dios hasta las últimas consecuencias. ¡Amantísimo Jesús, cuyo manjar y bebida fue cumplir la voluntad de tu Padre! Dame sed de esta obediencia tan ferviente, que no encuentre dónde saciarla jamás, sino haciendo la Divina Voluntad de mi Padre. 2ª. Sed insaciable de un entrañable deseo de padecer por nuestro amor. ¡Redentor mío, concédeme la gracia de tener una sed inquebrantable de dolor por mis pecados y el anhelo siempre vivo y creciente de padecer por mis hermanos, principalmente por los que menos quieren convertirse a Ti!. 3ª. Sed insaciable de salvación. Jesús con el derramamiento de su Sangre purísima y con su Pasión redimía a la humanidad entera. ¡Redentor mío. Dulce Amor de mi alma. Concédeme la gracia de poder ofrecerme juntamente Contigo al Padre por la salvación de la humanidad entera. Que ninguna persona que entre en contacto conmigo, sea cual fuere el motivo se pierda! Amén.
Fray Pablo Capuchino Misionero
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