Despójate de...




9 de marzo

Anímate, mi queridísimo hijo; si tú no tienes suficiente oro ni incienso para ofrecer a Jesús, tendrás al menos la mirra del sufrimiento; y me conforta saber que él lo acepta con agrado, como si este fruto de vida lo quisiera unir a la mirra de su sufrimiento, tanto en su nacimiento como en su muerte. Jesús glorificado es bello, pero me parece que lo es mucho más crucificado.

Por tanto, hijito mío, prefiere estar en la cruz a estar al pie de la misma; prefiere agonizar con Jesús en el huerto que compadecerlo, porque aquello te asemeja más al divino Prototipo. ¿En qué circunstancia puedes hacer actos de unión inquebrantable de tu corazón y de tu espíritu a la santa voluntad de Dios, de mortificación del yo y de amor en tu crucifixión, si no es en los asaltos desabridos y rigurosos que te vienen de nuestros enemigos?

Pero, mi queridísimo hijito, ¿no te he inculcado muchas veces que te despojes de todo lo que no es Dios para revestirte de nuestro Señor crucificado? Ahora bien, es Dios el que permite que tu corazón esté en la aridez y en la oscuridad; no es, pues, un castigo sino un regalo. No te desanimes en el camino que estás recorriendo, porque todo es agradable a Dios; y ya que tu corazón quiere serle siempre fiel, él no pondrá en tus hombros más peso del que puedes soportar, y llevará contigo la carga hasta que vea que tú doblas de buen grado tus espaldas. […].

Haz un particular ejercicio de dulzura y de sumisión a la voluntad de Dios, no sólo en las cosas extraordinarias, sino también en aquellas pequeñas de cada día. Estos actos hazlos no sólo por la mañana, también durante el día y por la noche, con un espíritu tranquilo y gozoso; y, si te sucediera que no los haces, humíllate y sigue adelante. Ten por seguro que aquí está tu pasión dominante.
(20 de enero de 1918, a Fray Manuel de San Marco La Catola – Ep. IV, p. 419)

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