Transfiguración
Transfiguración:
Trae a tu mente y reflexiona y contempla la escena de la Transfiguración. Mira a Cristo en toda la majestad de su gloria y de su divinidad, transfigurado en el monte tabor; pídele humildemente que te conceda la gracia suprema de verlo y gozarlo así en el Cielo, pero sintiendo en tu alma la consolación de la vida eterna en estos momentos.
El que quiera venir detrás de mí que cargue con su cruz y me siga
Cristo se transfiguró ante tus discípulos para darles testimonio de la gloria que tenía dentro de sí y que le pertenecía desde antes de la creación del mundo, pero también para dejarles entrever realmente cuál era la realidad de su personalidad, la divinidad. Su divinidad es la que lo autentifica como el Hijo de Dios, el predilecto, el amado. El motivo de su transfiguración también fue el hacer entender a los discípulos que si permanecían fieles a Jesucristo y a su pasión, serían llenados de la misma gloria y de la misma divinidad que la del Maestro.
Era de alguna manera la garantía que Jesús les daba en el momento de llevar la cruz, Jesús sabía que al dejarlos entre-ver la gloria del Padre, así les estaba animando a llevar la cruz, así nos anima también a nosotros. También Jesús quería que entendieran que en esta vida no todo es dolor, no todo es tristeza, no todo es maldad, sino que esta vida y este mundo también está impregnado de la gloria de Dios y cada uno llevamos dentro de nosotros esa gloria y la proyectamos y la damos a conocer según la profundidad de la relación que tengamos con Dios.
Esto nos hace confirmar que la vida a la que Dios nos invita a través de Jesucristo que nos dice: “El que quiera venir detrás de mí que cargue con su cruz y me siga” (Cfr Lc 9,22-25) es una cruz no del todo amarga ni pesada, insoportable, sino una cruz dulce, impregnada de los regalos del espíritu, esto hace suave el yugo y la carga ligera. Esto nos hace capaces de cargarla hasta la cima del Calvario, hasta la renuncia total de nosotros mismos y hasta dar la vida por los demás.
Por otro lado, hemos de meditar en el tiempo en el que nuestro Salvador dio a conocer a los discípulos su gloria. El tiempo fue precisamente seis días después de haber predicado e invitado a todos a llevar la cruz, haciéndoles la promesa de que algunos lo verían en su gloria, en su reino. Esta promesa la está cumpliendo casi de manera inmediata. Ahora Pedro, Santiago y Juan están viendo la gloria de Dios y deseando quedarse ahí.
En cuanto al lugar podemos destacar el monte: un monte alto, apartado, lejos de las distracciones. Es decir un lugar muy apropiado y oportuno para la oración. Era necesario guardar en lo más íntimo del corazón los secretos, las perlas del amado. Dios normalmente no concede estos favores a las personas que viven en el bullicio y tráfago del mundo, sino en la soledad del recogimiento y separación de los cuidados terrenos y levantadas a la altura de la gracia de Dios, esmerándose en llevar una vida de perfección evangélica, viviendo una vida intensa en el Espíritu. ¿Te animas? Sube al alto monte y verás la gloria del Padre.
Fray Pablo Capuchino Misionero.
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