Frutos de la meditación sobre la Pasión del Señor




Frutos de la meditación sobre la Pasión del Señor

1°.  Contrición de nuestros pecados

No existe absolutamente nada mayor que nos hable de la gravedad infinita de nuestros pecados, del dolor que le causan a Dios, de las penas eternas que por ellos merecemos, y por consiguiente, nada debe movernos a llorarlos con lágrimas de contrición, como la contemplación de Cristo crucificado. La máxima prueba de la gravedad de nuestras faltas está en que Dios nos amó primero y dio su vida por nosotros para rescatarnos, para salvarnos, para llevarnos a su Reino. Muy grave debe de ser, por tanto, el pecar para costar tan caro nuestro rescate.

Sumérgete con frecuencia en su amoroso Corazón y aún cuando el tuyo sea duro como un diamante, permítele a Jesucristo que con su amor lo ablande y te conceda la gracia del aborrecimiento total a todo pecado.

Es necesario pensar, reflexionar y asumir que “Yo” y sólo “Yo”, soy la causa de la pasión crucifixión y muerte de mi Dios y Señor. Yo soy quién le he dado muerte a mi Padre Dios, a mi Rey, a mi Redentor, a mi mejor Amigo. ¿Qué más necesito para compadecerme de Él?

Le contemplo en el monte de Los Olivos, temblando de miedo, de pavor, de tristeza, de angustia, sufriendo infinitos dolores en el alma y en espantosa y profunda agonía; le contemplo sudando sangre en todo su cuerpo, luego le contemplo totalmente desnudo, atado a la columna y azotado por crueles verdugos y que desgarran sin piedad aquellas virginales y delicadas carnes de su cuerpo sacratísimo. Le contemplo, por fin, en el Calvario, pendiente de la Cruz, entre dos ladrones, como si fuera un delincuente, dando su espíritu en medio de atroces tormentos. Después de estas contemplaciones, le pregunto:

¡Oh Señor mío y Dios mío! ¿Quién te ha hecho esas llagas que tras pasan tus manos? Jesús, mostrándome sus heridas, me contesta: Tú eres quien así me has maltratado; tú a quien tanto amo y por quien doy mi vida; tú que no correspondes a mi amor.

Considero ahora y caigo en la cuenta como sin motivo alguno, y sólo por ingratitud yo he hecho a mi Salvador todos esos ultrajes. ¡Dios mío! ¿Por qué te trato así? Si sólo me has amado hasta el extremo. Reconozco Señor mío y Dios mío que sólo me has amado con un amor eterno e infinito; tengo abierto el corazón y los brazos para estrecharte amorosamente en ellos; y todos los tesoros y delicias del Cielo y de la Tierra son para Ti, te pertenecen; te he dado todos los dones de la naturaleza, gracia y virtud preparándote para la gloria. Con todo esto, “Yo” Señor mío, en vez de agradecer tan sublimes favores, ¡te azoto, te corono de espinas y te clavo en una cruz! ¡Dios mío! no sé qué decirte, sólo me queda recurrir al suspiro y a las lagrimas de contrición. Remover hasta lo más profundo de mis entrañas y de mi corazón todo lo que sea pecado para aliviarte en tus dolores.

¡Oh amor de mi alma! No permitas que te vuelva a crucificar con mi pecado. ¡Déjame llorar mi pecado! No permitas que busque ningún consuelo en este mundo, que mi único anhelo sea siempre aliviar tus sufrimientos, estar cerca de Ti y ser como el cáliz en el cual se está vertiendo tu preciosísima Sangre. Sangre purísima, santísima que me limpia, me lava, me purifica y me librará de volver a caer en el pecado de la indiferencia y de la ingratitud.



2°.  Confianza en la Sangre de Cristo

El segundo fruto de meditar en la Pasión de nuestro Divino Salvador es confiar en Él y en su sangre redentora.

Señor Jesucristo, dulce Amor de mi vida. Amor que me sostiene. Ahora entiendo y asumo que soy deudor incapaz de poder saldar mi cuenta  a consecuencia de todos los pecados que he cometido y que Tú ¡oh Dios mío! me has perdonado por sola tu generosidad. De ningún modo podré pagarte nunca Dios mío sólo puedo ofrecerte la Sangre Purísima del Cordero Inmaculado sin mancha ni arruga. En mi no descubro otra cosa que no sea pecado y una ofensa infinita como la que he cometido contra Ti no puede ser satisfecha sino por una persona infinita, fue necesario que Jesucristo se presentara como mi aval y Él fuera quien pagara la deuda por mí y ¡a qué precio la ha pagado! Jesús el Justo ha salido fiador por mí para derramar su sangre preciosa y así alcanzarme la gracia y la gloria en la cual estás Tú Padre, juntamente con Jesucristo y el Espíritu Santo.

Por eso Jesucristo ha pagado mi deuda de manera absoluta e infinita, excede a todos mis pecados porque mayor es su misericordia y el amor que me tiene es infinitamente inmenso más que mis propios pecado y el de todos los hombres. Porque sé Señor Jesucristo que una sola gota de tu preciosísima sangre tiene de sobra la virtud para borrar todos mis delitos. Aunque hubiera merecido justamente el infierno, una sola gota de tu sangre es suficiente para librarme de tales tormentos y recatarme para la  gloria del Padre Celestial.

Muchas veces el Demonio me susurra al oído que mis pecados, mis debilidades, mis infidelidades y frecuentes recaídas, lo mismo que mi tibieza e insensibilidad, pueden haber sido causa de que olvides de mí y me abandones al destino del castigo eterno. Más ¿cómo puedes olvidarte de mí cuando has dado tu vida por mi salvación? Te he costado un precio muy caro: ¡El derramamiento de tu Sangre Preciosa! Por eso el Padre no puede dejar de mirarme y de amarme, porque me ve a través de la llagas de tus manos, de tus pies y de tu costado.

¡Dios mío! no dejes de mirarme a través de las llagas de tu amado Hijo, mi Redentor y Salvador; yo me refugio en ellas y confío plenamente en tu misericordia infinita. Que la preciosísima Sangre de tu Purísimo Hijo me cuide, me proteja y me defienda de las insidias del enemigo y así podre presentarme ante Ti, limpio, purificado por esta Sangre Santísima.

3°- Imitación de Jesucristo

Un tercer fruto de la meditación sobre la Pasión del Señor, es sin lugar a dudas la imitación. Toda alma que verdaderamente medita en la Pasión de Cristo, le brota en su corazón el añadirse a su estilo de vida, a ser como Él.

Señor Jesucristo, Camino, Verdad y Vida has padecido por mí y por la humanidad entera para darnos ejemplo. Por eso hoy mi Padre Dios te presenta ante mí en la escena del Calvario y la crucifixión, y mostrándote ante mis ojos de la mente y del corazón y me dice: Mira mi querido hijo a quien amo eternamente, mira el Modelo que te propongo sobre esta montaña y procura imitarle. Procura contemplare siempre y en todo momento. Mírale bien y reproduce en ti su imagen.

Me doy cuenta Padre mío que sólo imitándole a Él podré ser “libre”, podre gozar de la libertad de los Hijos de Dios, de otra manera es imposible. Es necesario “Cristificarme”, transformarme en “otro Cristo”, parecerme a él, porque soy parte de él. Sé que he de completar lo que le falta a su Pasión.

Ahora caigo en la cuenta que la Pasión de Cristo no me puede salvar si no asumo yo dicha salvación. Es necesario aceptar su amor y su misericordia para poder verdaderamente ser salvado. Es esencial que yo me sumerja en el Océano infinito de tu Pasión. Por eso Tú Señor Jesucristo me vuelves a recordar la invitación radical que haces a todo cristiano y toda persona: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Esto me lo dices Tú mismo, mi Salvador, mi Señor y Redentor, con esta invitación me quieres mostrar que no hay otro camino para seguirte sino el camino real de la Santa Cruz.

Pero Señor Jesús ¿por cuánto tiempo tengo que cargar mi cruz y andar este camino de tu Pasión? Todos los días de mi vida, me respondes. Entiendo pues Señor y Dios mío que estoy invitado a recorrer el mismo camino que Tú has recorrido por la salvación de la humanidad. Por eso sé que si muero Contigo, Contigo resucitaré. Si sufro Contigo, Contigo reinaré, porque Tú mi Maestro y mi Salvador así me lo has prometido.

¡Dios mío! concédeme la gracia de sólo amar e imitar a mi Señor Jesucristo desde el Patíbulo de la Cruz donde ha sido colocado por amor de mi amor y por la salvación de la humanidad entera. Amén.






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