Dos Lagrimas




28 de marzo

El viernes por la mañana, estaba todavía acostado cuando se me apareció Jesús. Estaba muy triste y desfigurado. Me mostró una gran multitud de sacerdotes, religiosos y seculares, entre los que había varios dignatarios eclesiásticos; unos estaban celebrando, otros revistiéndose y otros quitándose los ornamentos sagrados.

Ver a Jesús angustiado me producía mucha pena; y, por eso, quise preguntarle por qué sufría tanto. No tuve respuesta. Pero su mirada se dirigió hacia aquellos sacerdotes; y poco después, casi aterrado y como si estuviera cansado de mirar, retiró su mirada y, cuando la levantó hacia mí, observé horrorizado dos lágrimas que le surcaban las mejillas. Se alejó de aquella turba de sacerdotes con una evidente expresión de disgusto en su rostro, gritando: «¡Matarifes!». Y dirigiéndose a mí, dijo: «Hijo mío, no creas que mi agonía fue de tres horas, no; yo estaré en agonía hasta el fin del mundo por culpa de las almas más beneficiadas por mí. Durante el tiempo de mi agonía, hijo mío, no hay que dormir. Mi alma va en busca de alguna gota de piedad humana; pero, ¡ay de mi!, me dejan solo bajo el peso de la indiferencia. La ingratitud y la indiferencia de mis ministros hacen más pesada mi agonía.

¡Ay de mí!, ¡qué mal corresponden a mi amor! Lo que más me duele es que a su indiferencia añaden el desprecio, la incredulidad. Cuántas veces he estado para fulminarlos en el acto, si no hubiese sido detenido por los ángeles y por las almas enamoradas de mí… Escribe a tu padre y cuéntale lo que has visto y me has oído esta mañana. Dile que muestre tu carta al Padre provincial…».

Jesús continuó hablando, pero lo que dijo no podré revelarlo nunca a criatura alguna de este mundo. Esta aparición me produjo tal dolor en el cuerpo, y mucho mayor en el alma, que pasé todo el día abatido; y habría creído morir si el dulcísimo Jesús no me hubiera ya revelado…

Por desgracia, ¡Jesús tiene todos los motivos para lamentarse de nuestra ingratitud! ¡Cuántos desgraciados hermanos nuestros corresponden al amor de Jesús arrojándose con los brazos abiertos en la secta infame de la masonería! Oremos por ellos, para que el Señor ilumine sus mentes y toque su corazón. Anime a nuestro padre provincial, que recibirá del Señor generosa ayuda de dones celestiales. El bien de nuestra madre provincia debe ser su preocupación continua. A esto deben ir encaminados todos sus esfuerzos. A este fin deben orientarse nuestras plegarias; todos estamos obligados a esto. 

(7 de abril de 1913, al P. Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 350)

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